MADRID, 8 Jul. (EUROPA PRESS) –
El programa de acogida de subsaharianos Baobab de la ONG jesuita Pueblos Unidos ha cumplido 10 años. Durante este tiempo, casi 500 jóvenes que llegaron a España de forma irregular, han logrado, gracias al proyecto, aprender el castellano, obtener los ‘papeles’, lograr un trabajo y, sobre todo, una familia. “Lo que más agradecen es haberse sentido acogidos, haber encontrado una familia y haberse sentido personas otra vez, recuperando su dignidad”, explica Brígida Moreta Velayos, carmelita misionera y coordinadora del programa.
Según explica la religiosa a Europa Press, el árbol africano Baobab es donde la gente se reúne para deliberar, dar un aviso, donde los jóvenes se prometen amor eterno, donde las parejas piden tener hijos. “Es el árbol del amor, la hospitalidad y el encuentro. Por eso, el proyecto tiene este nombre”, afirma.
El proyecto es sencillo: acoger a los más vulnerables de entre los vulnerables. En este caso, jóvenes subsaharianos de entre 18 y 30 años que lleven un año en España, hayan agotado todas las ayudas administrativas y no tengan papeles. En Baobab se les ofrece una casa donde dormir, asearse, comer, así como una formación básica, el conocimiento del castellano, de las leyes, las normas de inserción y posibilidad de becas para poder realizar una formación profesional en hostelería, jardinería, mantenimiento, cuidado geriátrico… Todo ello de forma gratuita.
Además, les dan apoyo psicológico y jurídico para todo el proceso de regularización y cada chico tiene asignado un tutor, quién le apoya y le hace un seguimiento. “El papel del tutor es fundamental, ya que se transforma en su referencia afectiva, es quién les ayuda a reconciliarse con este pasado-presente-futuro tan duro”, explica Moreta.
Y es que el camino que han recorrido hasta llegar a Baobab es muy duro. La mayoría ha tenido que saltar la valla de Melilla o ha llegado en patera. “Hace pocos días hablando con dos chicos nos decían: “qué sufrimiento me da ver a gente rebuscando en los contenedores porque así estuvimos en Marruecos durante seis meses””, afirma.
Así, durante los primeros meses, Moreta cuenta que los chicos no quieren hablar y es a partir del tercer o cuarto mes cuando se empieza a percibir un cambio. “Ya les brillan los ojos, te miran de frente, van aseados, y ya empiezan a decir ‘puff, ni te imaginas por lo que he pasado’ ‘si tuviera que pasarlo de nuevo, imposible'”, afirma.
Por ello, la religiosa reconoce que una de las cosas más satisfactorias es cuando, al pasar los meses, les escucha decir que, con la ayuda que están mandando a sus casas, han podido “construir una casa, sus hermanos han podido seguir estudiando o su familia ha podido montar una tienda”, relata. Y es que la mayoría viene de familias muy pobres, que en muchos casos han perdido a su padre y, por lo tanto, se convierten en el nuevo cabeza de familia y se sienten responsables de sus hermanos.
ACOGER A LOS MÁS VULNERABLES
El proyecto Baobab comenzó a fraguarse cuando, en mayo de 2005 y tras más de 30 años en África, Moreta regresó a España, a Madrid donde empezó a colaborar Pueblos Unidos a la hora de acoger a los inmigrantes que llegaban a la ONG. La religiosa cuenta que, de camino desde su casa, siempre pasaba por Plaza de Castilla donde veía a muchos africanos aparcando coches y limosneando. Poco a poco, empezó a entablar conversación con ellos y llegaba a Pueblos Unidos impactada. “Los chicos me decían, ‘¿cómo se te ocurre preguntarme mi nombre? El que duerme en la calle no tiene nombre, porque en la calle está lo que no vale, lo que se tira..’–, recuerda la religiosa–. Estaba muy impresionada porque, aunque yo volvía de África donde la gente es muy pobre y humilde, no les ves viviendo en la calle, no les ves sin saber qué hacer, con esa tristeza en la cara…”.
Así, tras comentar su preocupación en Pueblos Unidos, se juntaron un grupo de voluntarios con las mismas inquietudes y decidieron “hacer algo concreto”. Desde entonces, el proyecto Baobab ha pasado por varias fases.
Durante los dos primeros años, los voluntairos “salían al encuentro” de los subsaharianos pero “rápidamente”, el boca a boca, hizo su efecto y empezaron a llegar por sí mismos. Al poco tiempo, llegaron a tener hasta tres pisos con un total de 35 chicos. “La necesidad era tan grande y lo valoraban tanto, que unos traían a otros”, afirma. Actualmente cuentan con dos casas y 19 plazas.
Cuando comenzaron, Moreta recuerda que el acceso al trabajo era más fácil gracias al auge de la construcción por lo que los jóvenes pasaban poco tiempo en las casas, “unos pocos meses”. Pero con la llegada de la crisis todo cambió. “Se paralizaron las regularizaciones, empezaron las redadas, las detenciones y empiezan a llevárselos a los CIE”, recuerda la religiosa.
A partir de entonces, desde Pueblos Unidos se comenzaron a organizar visitas a los internos del CIE de Aluche ya que “de la noche a la mañana” chicos que vivían en sus pisos, estaban en el CIE. “Los chicos estaban asustados pero cuando vieron que a los dos o tres primeros que detuvieron, gracias a nuestra constancia de ir a visitarlo, de recurrir, de conseguir hablar con los abogados, conseguimos que no los expulsaran, nos sirvió de garantía, para que los chicos vieran que realmente estábamos de su lado”, afirma.
Poco a poco el programa se fue estructurando. A día de hoy, cada joven que llega a Baobab forma parte de un proyecto de dos años. Durante el primer año aprenden el idioma y las normas de integración e inserción. Se les acompaña “en el duelo de su trayectoria migratoria”, y se les asesora para buscar qué curso de formación profesional quieren realizar para que, a los 6 meses ya estén matriculados en un curso de 18 meses. “Es un esfuerzo grande para ellos” porque, además del idioma y la formación profesional, salen con el graduado o con la ESO. El segundo año, terminan el cursos y están centrados en buscar un trabajo, sin duda, el paso más difícil. “Lo más difícil es conseguir el primer contrato porque, en cuanto lo tienen y se les conoce cómo trabajan, ya no les es difícil porque salen muy bien preparados”, explica Moreta.
Después de esos dos años, aunque salen de la casa, forman parte de la familia Baobab que se reúne en dos grandes celebraciones al año: la Navidad y la fiesta del cordero. “Somos una gran familia”, concluye.